Bajo esa condición vivíamos Marta y yo, no sabiendo más que dónde pasaríamos la noche del día en curso - a veces sólo las siguientes horas de la noche en curso.
Tuvimos que pasar una dura prueba de acceso, donde se puso en tela de juicio nuestra compatibilidad como presuntos futuros compañeros de piso, nuestra simpatía y en definitiva, nuestro savoir faire. Pusimos toda la carne en el asador, intentando parecer simpáticos no se cuánto más de lo que lograríamos serlo. La selección finalizó con un combate cuerpo a cuerpo, sentados yo y Marta en el sofá junto con el tercer candidato a la colocation, ante los ojos y las orejas altertas, intimidatorios, de nuestro particular jurado. Nuestras santas madres confiaban en nuestras habilidades sociales, no tanto nosotros.
Horas después nos llamaron para decirnos que habíamos conseguido el puesto como miembros de esta pequeña familia, significando entre otras cosas que por fin teníamos casa. Marta y yo no somos más SDF.
Me dejaré llevar por los prejuicios esta vez que vaticinan cosicas buenas.
Los miembros de esta empresa son siete. Sus nombres son Davy, Elise, Léa, Marie, Benoit, y desde ayer, Marta y Carlos. Ahora estoy sentado en mi nuevo salón acompañado de algunos de ellos. Intentamos derribar la barrera lingüística a golpe de cañón, y tanto es verdad que dos no se pelean si no quieren, como que dos- o nueve- se entienden si ambas partes están conformes.
Me da que va a ser un gran año.
Y por supuesto, vous etez tous invités.
me alegro de que pasarais el examen. ya te contaré!
ResponderEliminar