¿No merece acaso la quietud
Que las silabas se abracen en intensa melodía?
Que las vísceras no duelan y
No mate la noche
Que los cuervos no me coman las entrañas
Y no me hiele el alba
y no me insulte el insecto
Que se choca contra la bombilla
Que cuelga sobre mi cama
medio llena que no se siente vacía
¿No merece el regazo hueco
Al que no le faltan huesos
El concierto de sirenas que revienta de unos ojos
que se quedan sin pupilas?
¿Brillan menos las estrellas
Sangran menos las heridas?
¿Son sólo los versos justos
Con un cuerpo mutilado a sabiendas desnudo
Y cruelmente enfrentado a una lluvia de metralla?
¿No merece celebrarse con un poema
La integridad del alma, que no lastre la ausencia
La liviana ligereza de unos labios que no esperan?
Un reloj que no atormenta, una canción que no conmueve,
Una espera sosegada, ¿Se hinca menos el espino
En la carne de unas manos a las que no le faltan dedos?
¿No puede parir la parte entera – y no la unidad quebrada- unas líneas desgarradas?